lunes, 8 de junio de 2009

Relatos "Sobre Padres"



“Eras para mi la medida de todas las cosas” Carta al Padre. Kafka

El local de venta de ropa masculina, era bien conocido en el barrio, por sus refinadas telas, la exquisita confección de trajes y la dedicada atención brindada a los clientes. Sus dueños, un matrimonio con tres hijos, trabajaban noche y día desde hacía ya, muchos años. El hijo del medio, de 15 años, los ayudaba por las tardes, cuando regresaba del Colegio.
Sucedió que, minutos antes de cerrar la tienda, entraron dos jóvenes. El dueño, vendedor de raza, realizó la pregunta habitual de cortesía:
-Buenas tardes, ¿en qué los puedo ayudar?
Esperó, pero no le respondieron nada. Los jóvenes no lo miraban y caminaban sigilosamente en círculos, sin hablar.
Reiteró la pregunta y al no obtener contestación, aguardó unos minutos hasta decir:
-Son las 19.30 hs, estimados, estamos cerrando…
Pero tuvo inmediatamente una mala corazonada
El hijo del dueño, miró de reojo, mientras ordenaba una entrega de medias en los cajones correspondientes.
Todo aconteció vertiginosamente. Golpearon al hombre con la culata de la pistola, empujaron al hijo, tirándolo al suelo y realizaron el robo, saqueando todo el dinero de la caja registradora. Antes de salir, uno de ellos amenazó con su arma ubicándola en la sien del adolescente, mientras le profería palabrotas. El padre se incorporó y gritó: ¡No!… ¡con mi hijo...no! Entonces, el delincuente, giró sobre sus pasos, y disparándole cuatro tiros en el pecho al dueño de la tienda, lo asesinó.

Tras el trágico atraco y homicidio, el hijo estuvo un mes sin hablar, sin comer, en estado prácticamente de catatonía. Hasta que tuvo un cuadro de excitación psicomotriz y agitación ansiosa, acompañado por terroríficas alucinaciones visuales A partir de allí, inició su camino a la locura.

Jaime adoraba a su padre. Por él aprendió de niño el arte del ajedrez y leyó todos los autores de literatura rusa Ambos concurrían asiduamente a la Asociación Mutual Israelí Argentina. Elegían libros de su culta y variada biblioteca, y participaban en cine-debates o conferencias artísticas que se daban en dicho organismo.

En su oportunidad, me lo presentaron como el paciente intratable de la Clínica, renuente a la medicación y a toda acción terapéutica. El tratamiento que realizó conmigo, fue poco ortodoxo. Solíamos jugar partidas de ajedrez, frente a lo cual me vi obligada a mejorar mi escasa destreza en este juego. Leí cada libro que me propuso, de autores tales como Tolstoi, Gogol, inclusive su libro de cabecera, “Crimen y Castigo”de Dotoievski. Las entrevistas muchas veces versaban sobre estas lecturas. El límite entre realidad y ficción se borroneaba cuando Jaime se autoinculpaba haber sido él, el asesino de su padre. Durante un tiempo, Jaime se debilitó y manifestó síntomas de anorexia. Como se resistía a probar alimento alguno, debido a su convicción férrea que querían envenenarlo, opté por cenar con él asiduamente, y probar, yo primero, sus comidas.

Lo entrevisté la tarde del 18 de julio de 1994, a pocas horas del atentado a la AMIA. Jaime estaba impecablemente lúcido y conmovido. Esta institución abarcaba la mayor parte de su propio espacio psíquico, donde hundía sus raíces, construía su historia, rememoraba su infancia, veneraba su cultura, lengua y tradiciones. Constituía la herencia paterna recibida.

La implosión del coche bomba fue para todos los argentinos, un cruento desagarro colectivo: pero en la vida de Jaime, fue la ejecución de un segundo parricidio lo que había tenido lugar, dejándolo, nuevamente, desamparado, y huérfano de padre.

Su biografía se fragmentó en tantos pedazos, como escombros, muertos y heridos quedaron tras el Puto Atentado que tuviera lugar aquella sangrienta mañana.

Lic Cintia Rolón
cintiarolon@hotmail.com

Relatos "Sobre Florencia""

“He sido un hombre afortunado; en la vida, nada me ha sido fácil”Freud

El diagnóstico de Florencia es: bla, bla… Su plan psicofármacológico es: bla, bla...

Semanalmente, realizábamos ateneos clínicos, con fructíferos debates (y estériles también), aunque no sabría determinar si los mismos lo eran para el ego de los profesionales que participábamos o en beneficio o detrimento de los pacientes, real motivo de la reunión. Florencia formaba parte de lo que denominábamos casos difíciles. Concurría temprano al hospital de día y caminando como un zombi, con la mirada en la nada, se dirigía a un rincón e iniciaba su ritual: golpeaba su cabeza, rítmicamente y sin pausa. Los acompañantes terapéuticos intentaban detener su auto agresión, sin lograrlo, dado que ella ejercía una violencia inusitada. Finalmente, el desenlace era absolutamente predecible: medicación y ya. Asimismo, su participación en las actividades de talleres era intermitente y solía demandar atención exclusiva de los terapeutas

Florencia nació en plena la selva chaqueña, en una de las regiones mas paupérrimas del país. Sus padres, trabajadores rurales, residían en la Isla del Cerrito, en el Asilo para Leprosos, ya que padecían la enfermedad de Hansen. Apenas nació se procedió a la modalidad habitual que solía realizarse en estas situaciones: se la retiró del cuidado de sus padres y se la envió al hogar “Mi Esperanza” , en Buenos Aires, lugar en el que los hijos de leprosos eran criados a cargo de religiosas.

-No coincido-manifestó el Lic. Dolina-está siendo tratada como una psicosis cuando su cuadro responde a una histeria de conversión
-¿Cómo lo fundamenta?-interrogó, no sin cierta curiosidad la Dra. Coria
-Su acto está dirigido al Otro; responde a un goce inconsciente e intolerable que convierte en sufrimiento corporal, montando una escena con espectadores
-Y… ¿entonces?-preguntó perpleja la médica, sin comprender bien, si estaba asistiendo a una suerte de delirio intelectual de uno de sus colegas, y evitando pedirle mayores explicaciones. Tal como versa el refrán, no aclares que oscurece…

Una vez Florencia contó:
“De niña, algunas monjas me golpeaban con fustas en la cabeza, piernas o cola. Sor Amparo, esa monjita, si que nos defendía y se enojaba con las otras, si descubría que nos lastimaban. Yo jugaba con mi amiga Amalia a golpearnos la cabeza contra la pared…ganaba la que mas sangraba…”

Fue madre adolescente y vivió mucho tiempo en la calle. Se ligó con un hombre, ex combatiente de Malvinas, que cuando montaba en cólera, descargaba el combate completo de las Falkland en ella y sus hijos. Un matrimonio de religión bautista la adoptó, pero dada su enfermedad mental, se ocupó también de alejarla del trato cotidiano con sus hijos, asumiéndolo ellos. Por otro lado, sugerentemente, dicha pareja no podía tener hijos.

El ateneo clínico versó sobre diversas diagnosis: psicosis, defecto esquizofrénico, oligotimia, histeria de conversión. Fue tan memorable, que hoy en día, recuerdo poco o nada de él.

La enfermedad mental, como el amor, no respeta género, edad, condición social, ni credo. Pero cuando la miseria, el abandono, el desamor, y la violencia conforman el entorno cotidiano de un ser humano…convengamos que, enloquecer, es la respuesta más coherente y consistente como único resguardo frente a tan brutal desamparo.


Lic Cintia Rolón
cintiarolón@hotmail.com