jueves, 31 de diciembre de 2009

Sobrevivir con Uno Mismo

SOBREVIVIR CON UNO MISMO

Bien es sabido que convivir no es fácil, ni siquiera con uno mismo. La singularidad es tan irrepetible que, en ocasiones, resulta excesiva.
Nada es más exigente que encontrarse diariamente con que uno ha de soportarse. Y no ya solo por lo monótonos que nos parecemos, sino porque, en verdad, conocemos bien nuestras insuficiencias y obsesiones. Somos más reiterativos de lo que creemos. Con todo, no es la repetición lo más insufrible. Estamos poblados también de frustraciones y de culpa. Y no exclusivamente por las cosas hechas mal, sino por tantas otras desatendidas, no cumplidas, olvidadas, descuidadas. Una vida es una ingente cantidad de tareas sin realizar, de vidas no vividas. No es que hayamos de incidir en remordimientos, ya se ocupan ellos de efectuar su labor, aunque el mayor de los pesares suele obedecer, en última instancia, a lo no hecho, por indecisión, por torpeza, por vagancia o, incluso sencillamente, por esa dejadez tan activa que nos impulsa a vernos acunados por los acontecimientos, adormilados por lo que nos pasa.

No son, sin embargo, las tareas no efectuadas o mal hechas las que conforman el temblor de nuestro corazón. Los otros, el otro, este o aquella, el afecto no dado, no acogido, el daño ocasionado, la respuesta tibia, insuficiente, o negada, el desamparo provocado, la desatención, cuando no simplemente el descuido, forman parte ya de aquello con lo que tenemos que vivir y que ya nos constituye. Cada día hemos de decidir reconociendo que lo elegido, siquiera en el modo de una indiferencia, nos acompañará siempre. Hemos de saber que quizá lamentaremos no haber estado a la altura de las circunstancias, en definitiva no haber sabido querer y, ni siquiera, querernos. En cada ocasión, vayamos donde vayamos, allí estamos. Hagamos lo que hagamos, tenemos que ver con ello. Abrazar nuestras carencias no es cómodo. No hacerlo es suicida.

No es cuestión de resignarse, ni de castigarse permanentemente de modo cada vez más sofisticado, ni de compadecerse de sí mismo, como si uno fuera la principal víctima de la injusticia del mundo. Y, menos aún, de dejarse gobernar por los propios estados de ánimo, ni de que los trabajos nos dominen y las relaciones nos agobien. Quien no se quiere es peligroso. Quien se gusta demasiado también. Éste el desafío: quererse sin, tal vez, gustarse. De lo contrario seremos, simplemente, poco soportables. Y no solo para los demás. Sobreponernos a nuestra, a veces, insidiosa compañía es también trabajar y soñar por encima de nuestra realidad, resucitar cada día y liberarnos de la resistencia a abrazarnos también a nosotros mismos. Y recrearnos para sobrevivirnos gozosos en cada ocasión.


Angel Gabilondo
Marzo 2007

1 comentario:

  1. Leyendo este escrito sobre el dilema de sobrevivir con uno mismo, pensando en una de sus frases, que parece apuntar al nudo del dilema ("Abrazar nuestras carencias no es cómodo. No hacerlo es suicida"), recordé una hermosa canción de Joaquín Sabina, que expresa el tormento de vivir cuando las muchas voces en uno mismo se empeñan en responder al "pariente pobre de la duda", tal como él dice...
    Dejo aquí la letra, tan pertinente a este escrito.


    Corre dijo la tortuga

    Corre dijo la tortuga, atrévete dijo el cobarde,
    estoy de vuelta dijo un tipo que nunca fue a ninguna parte.
    Sálvame dijo el verdugo, sé que has sido tú dijo el culpable.
    No me grites dijo el sordo, hoy es jueves dijo el martes
    y tú no te perfumes con palabras para consolarme
    déjame sólo conmigo,
    con el íntimo enemigo que malvive de pensión en mi corazón,
    el receloso, el fugitivo, el más oscuro de los dos,
    el pariente pobre de la duda.
    El que nunca se desnuda si no me desnudo yo,
    el caprichoso, el orgulloso,
    el otro el cómplice traidor.

    A ti te estoy hablando, a ti, que nunca sigues mis consejos,
    a ti te estoy gritando, a ti, que estás metido en mi pellejo,
    a ti que estás llorando ahí, al otro lado del espejo,
    a ti que no te debo, más que el empujón de anoche
    que me llevó a escribir esta canción.

    No mientas dijo el mentiroso, buena suerte dijo el gafe,
    ocúpate del alma dijo el gordo vendedor de carne,
    pruébame dijo el veneno, ámame como odian los amantes.
    Drogas no, dijo el camello, cuanto vales dijo el ganster,
    apunto de rendirme estaba a un paso de quemar la naves,
    cuando al borde del camino,
    por dos veces el destino que hizo un guiño en forma de labios de mujer.

    Nos invitas a una copa, yo te secaré el sudor,
    yo te abrazaré bajo la ropa.
    Quien va a dormir conmigo, ni lo sueñes contestó,
    una indignada, y otra encantada no dijo nada y sonrió.
    J.S.

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